Imagogima

Un lugar donde posar tus ojos y tus dedos, dejando lo que traigan consigo, y llevándose el resto.

28 enero 2007

Iceberg

Todas mis edades corren conmigo, así como mis hábitos me adelantan constantemente. Ahora sueño con verme atrapado por un rio de sensaciones imparables, tal vez una sensación nada más, que se extiende infinitamente convirtiéndose en mi existencia. Nada puede llenarme más de sentido que el sentido mismo, que el estar atravesado de las sensaciones, pasadas, presentes y futuras, pues todas son una sensación.
En la oscuridad de la madrugada escucho la lluvia y me pregunto a que viene ese frio que se clava desde dentro y que sale hacia mi piel. Me digo a mi mismo si duermo o no, arrebujado bajo la manta y las sábanas a las que todavía no se les ha comunicado mi calor. Pienso que la casa me es extraña desde que vivo en ella, como si no fuera una casa, sino tan solo un habitáculo, un espacio impersonal donde se ubica mi cuerpo pero en donde mi sangre y mi mente no están o no pueden estar.
La lluvia es regular y hace como una música. ¡El mundo es tan extraño! Percibo que percibo la lluvia como una música, no obstante así, la lluvia es más y menos que eso. Siento que el sonido me moja aunque yo no esté fuera con él. Me moja a través de las paredes y de las ventanas, a través del tejado. La osuridad es húmeda y fría, lejana y anaranjada, como las farolas de la calle. Sin embargo el sonido de la lluvia es cálido, como un sonido de infancia.
La casa que no es una casa me dice que yo no he nacido allí y que allí no viven mis padres. Me dice que yo no tengo padres y que los tengo que buscar en la lluvia.
Uno recuerda incluso aquello que hace mucho tiempo que creyó que no volvió a existir. Todo lo que araña nuestra memoria y se queda como marca estúpida del tiempo empieza a girar como un disco rayado y entre medias la lluvia casi no puede caer. En ese abismo de lo que fue, lo que es y lo que será comienzo a escribir con la misteriosa esperanza de un fruto desconocido y revelador que siempre creció conmigo.
Pero antes que nada tengo que desterrar las imágenes absurdas de mis falsas obsesiones... ¿acaso seré yo mismo una imagen absurda para ellas? Sin embargo no tienen ningún peligro en el momento dejan de estar o se vienen con las otras, aquellas que se extienden infinitamente como una piel interminable o como un enorme cilindro de tela que se esperce. Pero el que logre esto es apenas interesante si consigo al fin encontrar el abismo de mi mismo desde donde poder empezarlo todo. Cuando tocas la nada te das cuenta de que todo comienza ahí y de que ya no hay nada posible, que siempre te puedes remontar a un antes de la nada y a un después, pues la nada eres tu mismo, la forma de mirar el mundo, y nadie te quita el mundo salvo tu. Y solo tu te lo pones. Y si en la noche empiezo a encontrar el mundo, la lluvia, la nada, la casa que me abandonaba a la lluvia, todos los tiempos que he vivido y que están dentro de mi, que corren conmigo, y mis hábitos que tratan de ir por delante... pues cuando estoy a punto de morir en el sueño entonces recojo todos mis hábitos y los hago ojos y tendones y brazos y piernas y frio... y me tenso en la noche hasta que la oscuridad me ofrece un nuevo nacimiento. Pero no vuelvo a nacer, como cada gota que hace la música. Todo baila al son que es, al son que quiere.