Imagogima

Un lugar donde posar tus ojos y tus dedos, dejando lo que traigan consigo, y llevándose el resto.

06 junio 2010

Cuento del marinero

Había una vez un marinero solitario quien llevaba mucho tiempo navegando solo por el mar.

El marinero, por lo general era feliz estando solo y casi todos los días disfrutaba contemplando el inmenso océano e imaginando las mil aventuras que pudieran aguardarle en su viaje.

Sin embargo había veces en que esa misma soledad le hacía sentir triste y entonces deseaba poder compartir su felicidad y sus fantasías con alguien.

Un día, despúes de mucho tiempo navegando por fin divisó una pequeña isla en el horizonte.

¡El marinero se alegró tanto que se puso a cantar y a saltar de felicidad sobre la quilla!

Con impaciencia e ímpetu se dirigió a tierra firme. ¡En su pensamiento solo había una idea, que la isla estuviera habitada!

Cuando puso los pies en la playa una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro curtido por el sol. Miró alrededor pero no vió a nadie. La playa era muy hermosa, con palmeras de un verde intenso, arena dorada y fina y un agua cristalina verdiazulada que hacía pensar en la Turquesa.

El marinero aguzó su oido, pero no pudo escuchar lo que tanto deseaba; un voz humana.

Recorrió la playa y no vió a nadie. Subió a una colina, pero tampoco desde allí pudo divisar a ningún ser humano. Ya se daba por vencido, como tantas otras veces le había sucedido, cuando de pronto creyó ver a un animalito pequeño corriendo en dirección a él. Pensó que sería un herizo. Pero conforme el animalito se le iba acercando atravesando la playa, pudo ver que no era un herizo, sino que en verdad se trataba de una niña.

Era una niña de cabellos claros y ojos azules, que parecía haber sido hecha con la misma belleza que la playa donde se encontraba.

¡El marinero no cabía en si de gozo! La niña se le quedó mirando sonriendo junto a él y él hizo lo mismo. Entonces acarició su cabello suavemente con su mano y le preguntó cómo se llamaba.

Pero ella no decía nada y le miraba igual. El hombre le preguntó por sus padres pero la niña seguía sin decir ni mut. El marinero finalmente dijo sonriendo:

"¡Que mas da, ya somos amigos, te llamaré Azul, seras la niña Azul, por esos ojos que parecen robados al mar!" Y enseguida se dispuso a descargar sus cosas del barco.

Y así fue como el marinero y la niña de la isla se hicieron amigos.

Al poco tiempo el marinero se dió cuenta de que Azul no podía hablar porque era sordomuda. No obstante así la niña era súmamente inteligente y había creado todo un lenguaje para comunicarse a traves de su cuerpo y las cosas de su alrededor. Así pues la niña era capaz de comunicarse con toda la isla. Al principio el marinero le costaba enteder a Azul, pero al cabo pudo aprender algunas cosas.

Todos los días salían a pasear por la isla y Azul lo llevaba a sitios preciosos. El marinero le ayudaba a pescar y a coger frutos de los árboles. Él siempre le hablaba aunque la niña no pudiera entenderle y de esta forma saciaba la necesidad que tenía de comunicarse. Tanto era así que muchas veces el hombre se quedaba mirándola cuando le decía algo, y estaba seguro de que le entendía. Por las noches le contaba historias y cuentos de marinos y Azul se quedaba dormida en su regazo. El marinero en esos momento era tan feliz que lloraba de felicidad y de agradecimiento sin que la niña se diera cuenta. Sentía el cuerpecito de ella respirar, veía la boquita entreabierta y le era tan grata esa sensación de cariño y protección que por nada del mundo se hubiera marchado nunca de aquella isla.

Pero sucedió que, conforme pasaban los días el marinero seguía sintiendo esa tristeza de no poder hablar con alguien, de escuchar una voz, un pensamiento... Azul, como era natural, se dió cuenta de que algo sucedía y constantemente hacía gestos e indicaciones que el marinero no podía comprender. La niña trataba de expresar su tristeza a la par que quería demostrar al marinero cuan rico era su lenguaje, tanto como el de él. Pero el marinero se fatigaba cada vez mas en tratar de entender a Azul ya que seguía sintiendo el anhelo de un voz.

Un noche, junto a la luz de una fogata al lado de la choza donde vivían, Azul se enfadó porque el marinero llevaba varios días empeñado en que ella le leyera los labios. La niña no es que no quisiera apredender, pero el hombre era tan pesado que llegaba a fatigarla con sus insistencias. Además, ella tenía ya un lenguaje y no necesitaba de aquello para ser feliz. Si al menos el marinero hubiera sido mas paciente y bueno, los dos hubieran aprendido el uno del otro. Esa noche Azul no durmió en los brazos del marinero y él echó de menos no poder contarle cuentos y el cariño de su cuerpecito.

Al día siguiente Azul seguía enfadada y el marinero no entendía lo que ella le decía. Así estuvieron varios días hasta que le marinero decidió marcharse.

Una mañana temprano, mientras Azul dormía, el marinero cogió sus cosas y se dirigió a su barco, atracado en la playa.

Mientras se alejaba vió que Azul le miraba desde la playa. La carita de la niña se dibujó en su mente con sus ojos turquesa, su piel de arena y su pelo de luz. El marinero sintió un hondo pesar y una tristeza que no le debaja remar siquiera. Poco a poco la playa se desvaneció en el horizonte y el marinero volvió a quedarse solo.

Pasaron varios días y a su alrededor lo único que había era mar. El marinero, de caracter alegre aunque solitario, ya no podía disfrutar como antes de la contemplación del océano y de sus fantasías de aventura. Algo le había sucedido. Desde que se fue de la isla de Azul ya no encontraba la antigua paz que habitaba su espíritu ¿Qué le había sucedido? No acertaba bien a explicarselo.

Un día sintió tal tristeza que se pasó llorando no se sabe cuanto tiempo. "¿Qué me pasa?" se decía constantemente, pero no podía calmar su llanto. Por fin parecieron agotársele las lágrimas. Fue entonces que entendió que su deseo de hablar con alguien había sido precisamente lo que había hecho que su relación con Azul acabara mal. Por desear comunicarse había perdido la oportunidad de comunicarse precisamente. El marinero pensó que su deseo se había debido al excesivo tiempo que había pasado solo y que por ello no se dió cuenta de lo que Azul trabataba de decirle.

Al darse cuanta de todo esto, inmediatamente cambió el rumbo del barco y puso marcha hacia la isla de Azul. De camino hacia allí no hacía mas que pensar en ella. Le fue confeccionando regalos con todo lo que tenía en el barco. Collares con plumas de gaviotas, pulseras hechas con conchas marinas y perlas, un sombrerito construido con la enorme concha de una sepia... en fin, con todo lo que encontró a su alcanze le elaboró un adorno para embellecer aún mas su figura.

El marinero fantaseaba con contarle a Azul todo lo que había pensado. Se decía así mismo que sería mas bueno con ella que nunca, que la haría la niña mas feliz del océano, que nunca se separaría de ella. El hombre estaba tan alegre imaginando de nuevo que ni si quiera pensó cómo iba a decirle todo eso a un niña que no podía entender su lenguaje.

Por fin divisó la isla y en un santiamen del que ni se dió cuenta, estuvo en tierra.

Al principió llamó gritando a Azul, pero enseguida se echó a reir dándose un golpe en la frente "¡Pero si no me puede oir!" se dijo. Y salió corriendo a buscarla.

Recorrió toda la isla pero no encontró a la niña. Tampoco estaba en la choza. Decidió esperarla.

Así pasaron tres días y tres noches en las que el marinero estuvo solo, como en su barco.

Al tercer día, triste como antes de regresar a la isla, se dirigió a la playa y se marchó.

De nuevo en su barco el marinero empezó poco a poco a recuperar su antigua alegría. Y esta vez, en sus fantasías aparecía muchas veces Azul. La quería tanto, la adoraba tanto, tanto cariño sentía por la niña que empezó a hablar con su barco como ella hablaba con su isla, con su mismo lenguaje y ya no volvió a sentir el anhelo de la palabra.














2 Comments:

Blogger Unknown said...

:)

11:01 a. m.  
Blogger Unknown said...

es lo que nos pasa siempre, cuando más nos empeñamos en algo más dificilmente lo tenemos...
Hay que dejar que las cosas fluyan...
No es bueno forzar que las cosas pasen.
Lo que tenga que pasar, pasará, tarde o temprano y si algo no sucede es porque no debía de ser así...
Tenemos que aprender a vivir y a disfrutar de lo que tenemos y no torturarnos por lo que no tenemos... creo que ya te lo he dicho muchas veces...
en fin.
Así es la vida.

3:26 p. m.  

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