Imagogima

Un lugar donde posar tus ojos y tus dedos, dejando lo que traigan consigo, y llevándose el resto.

27 diciembre 2006

La obra en el tiempo de dos cuerpos.

La habitación era amplia, de paredes azul claro, como el de las aguas de los mares tropicales, casi blanco, cristalino. La luz provenía de un único ventanal de viejos marcos de madera que daba a un pequeño balcón asomado al casco antiguo. Los rayos habitaban aquel espacio flotando en un casi imperceptible mar de atmósfera donde bailaban ingrávidas las partículas desprendidas del mundo.

En aquel silencio de voces vecinales y vehículos lejanos, en la penumbra, ambos, frente a frente, se desnudaron junto a la cama mirándose. Se sonreían y en la mirada llevaban a la par la expectación y la belleza del otro, la conciencia tácita de la mutua entrega, del descubrimiento y el goce del uno en el otro. Era aquel el comienzo de una representación, de un ritual en el que cada uno, al mismo tiempo, era espectador y actor de la obra. Es por ello que, instintivamente, su deseo los dispuso uno frente al otro, en igualdad de condiciones, enfrentados, como un espectador frente al escenario donde todo sucede, o un actor frente a sus espectadores. Entre ellos ya sólo restaba la aceptación de aquel juego de la representación y era precisamente eso, el hecho de que fuera un juego y de que fueran conscientes de ello lo que los hacía reír. Ocurría como cuando un actor, siguiendo su papel, se dirige a los espectadores y les hace cómplices de algún secreto desconocido para el resto de los personajes. El espectador no puede entonces dejar de esbozar una sonrisa por aquella complicidad inesperada que trasciende su realidad y que le inserta de repente al otro lado del espejo quebrantando en cierto modo las reglas asumidas. La conciencia de que se es puede producir risa, esto es un hecho. De este mismo modo sonreían ellos viendo como la piel de ambos quedaba, poco a poco, completamente al descubierto para sus ojos.

Cuando únicamente fueron sus cuerpos y sus ropas yacían junto a sus pies, se quedaron depié mirándose desnudos, sonriendo como antes muy levemente, volviendo siempre a sus ojos que también sonreían.

Entonces, cada uno, poco a poco se sentó sobre la cama, sin tocarse. No decían nada, a lo sumo se escuchaba alguna risa que se escapaba. Sus rodillas distaban aún. De nuevo se miraban y sonreían. Esta vez ambos miraron muchas veces el pecho del otro. Él miró tan fijamente los pechos de ella que empezó a tener una erección. Ella, al percibirlo, enseguida miró su crecimiento y luego se posó en los ojos de él sonriendo.

Volvieron a relajarse, a mirar el uno a través del otro, a olvidarse de que tenían un cuerpo e incluso unos deseos. Se miraron únicamente a los ojos. Por un instante cambiaron sus almas e incluso deshabitaron aquel espacio que quedó únicamente con la luz.

Comenzaron a mirarse con detalle, parte a parte. Los hombros, el cuello, el vientre, el codo, las manos... todo con detenimiento, muy pausadamente, tratando de leer con atención el ritmo interior que les iba dictando. Ella, en ese tocar de la mirada empezó a mover los brazos en el aire muy suavemente como si acariciara el cuerpo de él pero en la distancia. Él hizo lo mismo. Sus manos se encontraban a veces en aquel deslizarse por el aire y besaban sus palmas como si quedaran casi imperceptiblemente imantadas. Los cuerpos iban poco a poco, en aquellos deslizamientos, produciendo una corriente magnética que hacía que las manos fueran cada vez más difíciles de contener. Finalmente sus brazos quedaron atrapados en esa fuerza. Ambos se sujetaban firmemente y comenzaron a balancearse. Cerraron los ojos y sintieron la presión de su dedos sobre sus brazos. Crearon una imagen de esa sensación. Ahora sus rodillas casi se tocaban y también las plantas de sus pies. Poco a poco quedaron unidos de ese modo, por los brazos, las rodillas y los pies y se presionaban el uno al otro cálidamente. Entonces, ella, sujetándose en la nuca de él se montó sobre sus piernas y apretó su pecho contra el suyo. Sintió por un instante la dureza de él sobre su vientre. Así se quedaron un tiempo detenidos, en ese abrazo en el que se arrojaron, hasta que ambos empezaron a besar minuciosamente todo lo que estaba al alcance de sus bocas. Él besó primero su pecho izquierdo y lamió el pezón varias veces como si éste fuese una gota de miel que cayera de un delicado frasco de cristal. Ella le acariciaba la espalda y la cintura con ambas manos al tiempo que lo abrazaba y besaba su cuello. En un momento se desprendió de esa piel y se lanzó en busca de los labios de él que recibieron los de ella como un choque de vapores. Ambos tenían los ojos cerrados y los entreabrían por momentos como quien trata de desquitarse de un profundo sueño que le abate. Los labios empezaron a embriagarles y sus cuerpos fueron cediendo lentamente sobre la cama, con la obnubilación de los sentidos, hasta quedar extendidos uno al lado del otro. Continuaron un momento los besos pero las miradas fueron recobrando claridad. Se miraron con ternura, muy adentro el uno del otro, como dos animales que se miran jadeantes, dos animales amantes. Se relajaron de nuevo y se quedaron quietos mirándose, riendo. Ella acariciaba de vez en cuando el contorno de él. Él, después de un momento, acercó su frente a la de ella. Estaban casi pegando uno al lado del otro, ladeados sobre la cama. No se veían, escuchaban su respiración, sus pulsaciones y sentían el calor de su piel y el cabello sobre la cara. Él puso su mano sobre las nalgas de ella y sintió que descendía a un manantial de aguas cálidas. Se puso a acariciarlas en círculo, suave pero fírmente, ascendiendo a veces por la cintura. Ella comenzó a bajar por su pecho y acarició el vientre de él, tropezando a veces con su pene erecto. El vello de él lo sintió como un arbusto de jazmín suave y perfumado y se adentró completamente entre sus finas hojas. Él acarició sus piernas y luego sus muslos y pasó varias veces sobre su vello púbico que sintió como un animal marino. Ambos acariciaban el centro del otro, reuniendo la energía necesaria entre sus manos, como un instrumento con el que se ensaya antes de un concierto.