Imagogima

Un lugar donde posar tus ojos y tus dedos, dejando lo que traigan consigo, y llevándose el resto.

02 junio 2006

Cuento.Tirar de la cuerda.

Podía ir para todos los lados, elegir el camino que quisiese, decidir el destino que más le agradara... pero eso sí... una vez tomada una decisión, debía saber que la vuelta atrás no estaba permitida, o mejor dicho, no que no lo estubiera, sino que era tan dolorosa y por así decirlo, tan humillante que a fuerza de dolor debía aprender que era la humildad... ¡y una vez se aprende lo que es la humildad... una vez se aprende eso... ya casi no hay nada que aprender... pues todo lo que resta es aprender constantemente!
Y en ese trance de pensamientos iba como loco tratando de aprender de todo lo que caía en sus manos. Pero aquí y allá, cuando escuchaba a la gente le parecía ver nada más que vida (¡nada más!) es decir, no había otra cosa que accidente y circunstancialidad, ¿qué le importaba a él la vida de la gente concreta con sus detalles, sus nombres y sus anécdotas?... no... el aprendizaje debía estar en otro lado, debía ser algo más esencial, más destilado, más profundo, menos cotidiano y banal. Sin duda en los libros estaba la respuesta. Como todo se lo hacían y en todo le servían nada tenía que hacer más que leer, a eso solo podía dedicar todo el tiempo del que disponía su vida. Así se pasaba días y días y acaba agotado y loco, nervioso y con unas ansias tremendas de poner en práctica sus saberes recién adquiridos. Y claro, en ese momento le lectura le agobiaba, "¿no puedo aprender todo el tiempo?... ¡necesito verter, hacer, compartir!" y sentía unas ganas desesperadas de salir, de ver a gente, de hablar, de mirarles a los ojos, de saber de sus anécdotas, de que ellos supieran de él, de que lo tuvieran en cuenta. Se imaginó al pobre Dios con toda su sabiduría y al que posiblemente nadie recordara ya, sólo y olvidado pese a la inmensidad de su saber, pese a los magníficos consejos y consuelos que pueda aportar, apartado por completo de la existencia. En efecto, llegó a la conclusión de que él no existía por mi mismo, sino por el otro, se deía: "¡es el otro el que hace que yo exista!" Y luego cayó en la cuenta de que dentro de sí había también un otro. Pero este descubrimiento no le hizo aminorar las tremendas ganas de huir de su aislamiento de aprendizaje.
Ya en mitad del mundo otra vez, se preguntó (¡mala suerte!) "¿cómo haré para compartir con el resto mi sabiduría?" y ensegiuda, con ingenuidad y torpeza se fue dando cuanta de que era incapaz de transmitir su saber porque sencillamente no sabía transmitirlo, o dicho de otra manera, no sabía prácticamente como hablaban aquellos con los que quería hablar. Había estado tanto tiempo leyendo y leyendo que sólo sabía el lenguaje de los libros y el lenguaje de los libros, para bien o para mal no era el lenguaje de la vida. Se sintió moribundo en ese momento y se puso más pálido que las nubes. Le entraron unas ganas tremendas de estar muerto realmente y por un instante sintió que ese era en verdad su destino. ¡Que crueldad! aprender para los demás, aprenderlo todo para servir al mundo, y finalmente ser un inútil, un perfecto y olvidado inútil. Pero, ¿quién le había dicho que tenía que hacer todo ese esfuerzo por los demás, o si quiera por él mismo? La soledad más absluta le embargó y con ella un pensamiento de locura, ¡no cabía estar más lejos de la vida de lo que él estaba! Así no podría vivir, sólo, sin nadie con quien hablar, que diera cuenta de su existencia, sin poder hacer nada por nadie. Insistía enfebrecido... pero, ¿a quien quería ayudar? ¿por quién podía hacer algo? ¿acaso no era por todo el género humano? ¿acaso no era ese su deseo desde el principio, acaso no se estaba preparando para eso? Claro... su saber era de tal manera, esencial, universal, humano, general, bueno para todos, que no cabía ayudar a alguien en concreto con ese conocimiento, a su madre, a su padre a su hermana o a sus amigos... no... eso eran problemas concretos que él no conocía, más aún, ¡que a él no le interesaban para nada! Por otro lado tampoco podía hacer mucho, eran problemas fuera de su alcance, de índole material, concreto, ¡demasiado concreto! Y él se había estado preparando para problemas universales, de todos, de cada uno de los seres humanos... pero... pero en cambio no podía darse a entender, nopodía explicarse, que lo comprendieran... y encima estaba sólo.
Como habíamos dicho al principio, tubo que aprender del dolor, aprender la humildad, aprender incluso a no prentender ayudar, a no sentirse capaz de ello y no obstante hacerlo si podía en alguna situación. Tubo que aprender a estar en las situaciones y si surgía hacer algo, pero siempre sin tirar demasiado de la cuerda.