Crítica. Cumbres Borrascosas. Jacques Rivette.
El cine de Jacques Rivette es una condición del espacio, del tiempo y de la narración cuya imposición inmóvil él torna grácil y encantadora filmándola como sueño. Su representación parece teatral y acaba yendo más allá del teatro, al cine, que es donde le corresponde.
El relato de miseria se extiende y la condición de tirano acaba prevaleciendo. Resultan escalofriantes imaginadas después esas montañas bellísimas de cielos suaves hacia el último atardecer, las que vemos al principio acompañadas de las voces búlgaras. Esa dimensión del espacio, salvaje, agreste, aislado, con esos sonidos que como los coros clásicos de las tragedias anuncian ya lo inevitable. Entre el cielo y las montañas no hay escapatoria. En ese espacio donde todo parecía estar previsto a una perpetuación de los tiempos, el elemento extraño, ese hijo de la fortuna que podría ser otro Edipo sin padre ni madre, apartado por la misma condición de perpetuación, acaba sustituyendo todo ese universo. Todo se quiebra por lo mismo que lo perpetuaba. Una grieta interior.
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