Imagogima

Un lugar donde posar tus ojos y tus dedos, dejando lo que traigan consigo, y llevándose el resto.

15 agosto 2006

Cuento. El ser atrapado en el presente.

Ultimamente, lo único que lograba hacerle feliz, sentirse por un momento vivo de nuevo, era detenerse en cualquier parte de repente, cerrar los ojos y tratar de distinguir todos los sonidos que escuchaba a su alrededor... así hasta escuchar el sonido de su risa, esa que le venía de la felicidad que poco a poco iba creciendo en él con la escucha atenta. Quizá era eso lo que buscaba en el fondo.

Por lo demás todo parecía acusarse más y más conforme pasaban los días. Experimentaba a la vez un sentimiento angustioso de pérdida y de confusión y al mismo tiempo sentía que su capacidad de penetración hacia las cosas iba en vertiginoso aumento. Un día sintió de repente que tan sólo con el pensamiento podía cambiar el curso de las cosas, alterar la realidad que le rodeaba sin intervenir físicamente en ella, sólo con su mirada y su mente. Ahora bien, la contrapartida de todo aquello (al menos eso creía él en su diagnóstico) estaba resultando pavorosa, pero de momento nada podía hacer más que dejar que se desarrollara del todo hasta que ocurriera algo definitivamente. Durante un tiempo pensó incluso en visitar a un psicólogo o a un psiquiatra y comentarle sólo algunas cosas por ver que le decía, más por curiosidad que por creer que pudieran ayudarle (si es que había algo en lo que ayudar realmente) No lo hizo sencillamente porque se lo olvidó pasado aquel momento y esto evidenció aún más su inutilidad.

Otra de las cosas que estaban acusándosele era su cada vez más insistente necesidad en contemplar pinturas, sobre todo del S. XVII... Vermeer, Van Eyck, El Bosco, Rembrandt... era una obsesión ineludible. Podía pasar horas y horas absorto en un lienzo, casi completamente inmóvil, como en estado de trance... llevado por no se qué corriente que lo sumergía profundamente en la superficie rugosa y corpórea del cuadro. Algunos que estaban cerca y lo veían pensaban al verle a veces que estaba viajando por el cuadro (pensamiento rápido y fugaz que se daba al mismo tiempo que ese otro de "¿qué le ocurrirá a es chico?") Pero era la impresión más acertada y cercana a lo que le estaba sucediendo. En verdad viajaba por el cuadro, extraía sin darse cuenta de cada gesto, color y pincelada el estado de ánimo y la variación del pintor, la situación psicológica y espiritual del momento, la explicación de la necesidad de cada mancha extendida sobre la superficie. Aunque muy poco entendía de pintura y del momento histórico al que pertenecía el cuadro.

Cuando estaba en movimiento su natural ensimismamiento aumentaba. Ideó algo para distraerse un poco y no quedar tan absorto. Se puso en el cuello un collar con una pequeña campanita y el tintineo constante al moverse hacía (no sabía bien porque) que pudiera estar más atento hacia el exterior. Esta medida la tomó cuando en una misma semana se hubo dejado la compra en mitad de la calle por tres veces, sin darse cuenta (la inercia hizo que dejara el peso) además de resultarle difícil en general esquivar a todos los transeúntes que se cruzaba por la calle. Cuando le ocurrían varios de estos altercados que lo devolvían momentáneamente al mundo enseguida procuraba encontrar un banco lo antes posible para descansar y poder fijar su atención en algo. Entonces... entonces empezaban a ocurrir los milagros. Era... como si todo estuviera imantado con su mente, como si él dibujara y al poco el dibujo surgiera frente a sus ojos, como si el viento trabajera aquello que el veía. Se sentaba, la gente pasaba, la acera se quedaba allí por fin, los zapatos algunos frenaban su marcha y lo miraban un momento (eso le hacía reír). De repente los rostros empezaban a congelarse y podía claramente ver a gente que todavía no había pasado por allí y que lo haría casi en ese momento. Invocaba a un paloma (sin darse cuenta) y ésta aparecía enseguida a un lado y ponía a picotear el suelo, conforme él ya había visto. Lo más intenso eran las miradas. Cuando encontraba alguna en su camino sabía que iba a hablar con esa persona, no había duda, siempre era así, y sabía incluso que le diría aquella y que gesto tendría su cara. En esos momentos era capaz de hablar y reír al mismo tiempo, todo él era una especie de luz que brillaba como en un sol en mitad de la calle. Lo único que lamentaba siempre era no recordar a esos rostros ni absolutamente nada de lo que le decían, como si nunca hubiera hablado con ellos o jamás los hubiera visto. Eso era lo que le ponía realmente triste y lo sumía en angustia. Sus conversaciones no pasaban de meros saludos, aproximaciones y a lo sumo insinuaciones de una confianza mayor que estaba por ganarse en días sucesivos. Pero nada de esto era posible, pues sus conversaciones, como su mirada era siempre y por primera vez virgen, siempre presente, siempre instante. Ese era el precio de la intensidad y de la premonición.

Él no había olvidado por completo quien era y de donde venía, pero sus lazos con el pasado eran cada vez más endebles y su situación hacía que lo poco que todavía mantenía fuera perdiéndose en su cada vez más extenso olvido.

De todos los tormentos a los que le abocaba su memoria sólo escapaba en el acto de la contemplación, en su querido placer de la escucha y de la distinción de los sonidos o en la inmersión en un lienzo.

Una noche soñó que estaba en un espacio completamente vacío en donde no podía percibir distancia alguna ya que no había forma de distinguir límites o cambios de ningún tipo. La sensación era como la estar en mitad de la nada o del espacio, mirando hacia algún lugar sin luz y sin estrellas.

El sueño le impresionó tanto y le produjo tal miedo que en seguida tuvo una idea surgida de la necesidad desesperada de estar en algún sitio.

Fue a buscar a un amigo suyo al que hacía mucho tiempo que no veía y que era pintor. Lo encontró en su estudio, trabajando y éste se sorprendió tanto al verle que el pincel se le cayó sin darse cuenta. Enseguida le contó el sueño y le explicó que venía a pedirle algo que le era fundamental y necesario "¡como el aire!" Su amigo no entendía nada todavía pese a que se esforzaba enormemente por tratar de comprender a aquel extraño ser que le hablaba como si él lo comprendiera todo. "¡Tú eres pintor..., por lo tanto lo entiendes todo!" Pero en realidad estaba perplejo y confuso "¡Necesito que me hagas un retrato, de cuerpo entero, mientras escucho con los ojos cerrados... será como estar en algún sitio... y el lugar tiene que verse un poco difuminado, sugerido... el lugar... el lugar...es... en verdad los sonidos... pero... esto ha de verse en la mirada... en la mirada... alguien que escucha...! ¿me entiendes...?"

Su amigo lo miraba con un cierto temor, y conforme él más hablaba, incluso sonreía (pero siempre atento y tratando de comprender) Él se movía por el estudio y a veces se quedaba parado frente a un cuadro aún por terminar y se quedaba un rato en silencio mirándolo.

"Bueno... qué... ¿cuándo lo hacemos?" "No sé el tiempo que tendré aún... esto va muy deprisa... cada vez mas... ¡mañana igual ni sé volver!" "Yo creo que... si miro el cuadro, cuando lo tengas, cuando lo acabes... entonces seguro que recuerdo... primero los sonidos... luego el lugar... y luego... luego todo... ¿no crees?...¿no crees?..."

Se fue dejando a su amigo en la más absoluta confusión y además preocupado por todo lo que había visto hacer a quien llevaba años sin ver.

Esa misma tarde se compró un espejo de cuerpo entero y lo puso a la entrada de su casa. Nada más colocarlo se miró largamente y pensó "¿cómo es que no lo he comprado antes?" Veía su imagen pero había algo que fallaba y que le inquietó. Sentía que el tiempo se escapa por algún lado. "¿Estará roto el espejo y no retiene la imagen como debe... igual no es lo suficientemente opaco y no refleja bien?" No sabía lo que era.

De pronto se dio cuenta... ¡él no podía estarse completamente quieto! y eso le delataba, hacía que volviera el tiempo y que se escapara en cada pequeño y casi imperceptible vaivén de su cuerpo. También los sonidos se escapaban, estaba demasiado distraído, la imagen no tenía la presencia quieta de una pintura donde poder mirar. Los sonidos casi no existían. Además, los sonidos se daban en negro y si cerraba los ojos... ¿para qué quería un espejo?. No, nada... necesitaba la pintura, el espejo no le valía.


...



Una tarde, definitivamente, estuvo a punto de perderse en la luz... suerte que su amigo, el pintor, pasaba por allí justo en ese momento y lo reconoció y gracias a ello, aquella situación no pudo consumarse del todo. Le sucedió lo que le sucedía a menudo en esos días, pero esta vez fue todavía más intenso y a punto estuvo de quedarse allí ... "¿para la eternidad?..."

Estaba, sencillamente, sentado en el banco de un parque, contemplando como era habitual en él el atardecer sobre la ciudad y escuchando a su vez con suma atención los sonidos que acompañaban aquellas imágenes. De pronto empezó a ocurrir algo que hasta entonces sólo había imaginado pero que evidentemente no podía ocurrir jamás. En ese momento, pese a que lo había soñado mil veces no supo decir si lo sorprendente de todo aquello provenía de las imágenes o de los sonidos. Por un momento le parecía que se congelaban los sonidos, pero esto era absurdo, evidentemente. Luego cayó en la cuenta de que eran las imágenes que tenía delante suyo las que se estaban petrificando, ralentizando o deteniendo. Sintió algo así como un vuelco en el corazón y también como si éste se le detuviera, al igual que las cosas que veía. Primero se apercibió de las hojas y las ramas de los árboles y le extrañó una cierta falta de sincronía con el sonido del viento que oía allí mismo. Se habían detenido, estaban suspensas en un vaivén concreto sucedido no recordaba en que momento. Era el instante mismo manifestándose de forma continua en una situación fuera del tiempo. Una hoja que se hubo desprendido de un árbol había quedado suspensa en mitad del aire, inmóvil como la pincelada de un cuadro, como una mancha en mitad de un fondo que puede llegar a confundirse en el aplanamiento de la mirada. Lo más extraño y turbador, por así decir, era que continuaba escuchando los sonidos suceder en el tiempo, es decir, que estos todavía seguían su curso normal, imparable. Oía todavía los pájaros piar uno detrás de otro, gente caminando a su alredor, con los pasos más cercanos y más lejanos, según se alejaron o no. Voces de niños, el tránsito un poco amortiguado de la avenida... Se concentró más en los sonidos mientras miraba perplejo, asustado, fascinado, asombrado... como todo lo que veía desde el banco, el mirador de la ciudad, la extensión del parque, los edificios, la luz del atardecer... todo, se iba poco a poco convirtiendo en una pintura, en un lienzo de manchas detenidas que representaban la luz de un instante, un instante que quizá, se preguntaba, tuviera una significación fundamental que él ignoraba todavía.


En ese momento su amigo le tocó el hombro y en su despertar, de pronto se hizo denoche. Habían pasado varias horas desde que se sentó a mirar el atardecer pero en cambio para él todo había sucedido en un instante. El descubrir la noche de golpe le produjo una tristeza incomparable que no obstante aparcó enseguida al reconocer a su amigo.

Los dos se quedaron un momento en silencio. El parque estaba casi vacío a esas horas.

Su amigo se puso a mirar también fijamente hacia donde él miraba todo el tiempo.

Al cabo de un momento, un poco sorprendido, él le preguntó" ¿Qué te pasa?"

"... Ana se ha ido" contestó su amigo.

Aunque él no conocía ni sabía quien era Ana, entendió que sería algo así como su novia o su mujer.
El silencio se prolongó otro rato. A él se le pasó por la cabeza un lienzo que fijara los sentimientos de su amigo en ese momento para siempre, detenidos en ese instante. Luego quiso como recordar sus antiguos amores, pero nada le vino a la cabeza, como si las mujeres no hubieran existido nunca. Entendió en el acto el porque de este hecho y quiso compartirlo con su amigo pero también en el mismo instante en el que lo iba a decir, entendió que su amigo no lo entendería y que ahora, éste necesitaba vivir su pena, su dolor, su sentimiento.

Los dos dieron un lento paseo en silencio en la semioscuridad. Era una noche de principios de otoño, templada y calma. La nostalgia y la pérdida parecían alumbrar toda la ciudad, sin embargo nada más ajeno a esto lo que él llevaba en su pecho. Su amigo, quizá por la proximidad con él, también estaba siendo inmune a esa tristeza empalagosa y asfixiante de la noche metropolitana, pese a su situación más que vulnerable.

Al cabo de un rato su amigo le dijo:

"Bueno... que... ¿cuándo empezamos ese cuadro tuyo que me pediste?"

Al decir esto, él lo miró con una ternura infinita y lo abrazó espontáneamente en mitad de la calle. Los dos amigos recordaron en el acto sus tiempos de adolescencia, sus interminables charlas, sus confidencias, sus sueños... pero todo ello sin un ápice de nostalgia... como si todo fuera presente, el presente de ese abrazo.

Decidieron ir a cenar a un restaurante para celebrar todo aquello y quedaron en que al día siguiente por la tarde , se verían en el parque, en el mismo sitio en donde se encontraron esa noche para empezar el cuadro.

...


Eran las cinco de la tarde. Él llegó junto al banco del día anterior y sintió una tristeza inmensa de repente al acercarse allí. Su amigo todavía no había llegado. Había quedado con alguien, en un lugar y a una hora, ¡todo eso le era algo extrañísimo! Había pasado tanto tiempo sólo sin necesidad de coordinar su vida con otras personas que la percepción del tiempo de todos aquellas cosas le era sumamente rara y antinatural. La sensación, un poco desconcertante era como si descubriera en efecto que existía el tiempo y que él estaba inserto en él y que nada se podía hacer al respecto. En ese pensamiento que le producía una angustia cada vez más creciente se sintió envejecer de golpe y algo así como que le tragaba la tierra. Sintió que todo lo que le rodeaba estaba muerto, apagado, que todo era algo así como una farsa de vida que no se hacía para el presente sino para el futuro, que todas las personas caminaban e iban de un lugar a otro no por causa del presente, de lo que estaban viviendo en ese momento, sino por algo que esperaban que sucediera en un tiempo todavía no dado. Era como su misma situación, la de la espera. Pero, ¿cómo podía existir la espera? En efecto, sintió que no vivía, se ahogó en su propio aire, su cuerpo empezó a ir marcha atrás, completamente invertido y descontrolado de su tiempo, completamente fuera del presente. "¿Por qué me ha de resultar tan insoportable el recuerdo y el tiempo?" Se preguntaba, consciente de que era por eso precisamente por lo que había ido allí, a tratar de acabar con su no tiempo. Otra vez de repente, en mitad de esos pensamientos, como si alguien lo hubiera partido en dos, sintió un alivio inmenso, tal que si la gravedad en ese instante hubiera dejado de tener efecto sobre él. Una bandada de pájaros pasó por dentro de su cabeza y el sonido de sus alas se dibujó en sus ojos en movimiento. Casi se convirtió en un pájaro sin saberlo. Sus pulmones se llenaron de algo más grácil que el aire, más etéreo y más liviano, podríamos decir que respiraba sueños de amnesia y de olvido. Empezó a respirar olvido y se llenó por completo de él. De pronto, en mitad del parque, junto al banco ya no pensaba en su amigo porque nada sabía de él ni tampoco pensaba en sí mismo, ni en la pintura, ni en los rostros con quienes había hablado días atrás. Ya no había días atrás, ni pinturas ni ninguna clase de memoria del tiempo... él se había quedado en el presente, ni tan siquiera era él, era simplemente el estar de ese momento, sin razón o sentido alguno, tan inmenso y perdido como una molécula en mitad del universo. Su felicidad era desconocida e indescriptible para nadie, era la felicidad de una molécula, de la vida más elemental y esencial, sin posibilidad alguna de discernimiento de ser. Era un instante viviéndose en una suerte de tiempo eterno, de no tiempo.

Él estuvo apunto de morir en el acto a causa de la tremenda y paradójica actividad de su cerebro que en ese estado trataba por todos los medios de detenerlo todo con el movimiento perpetuo de la bandada de pájaros. Si realmente se hubiera transformado en pájaro nadie se hubiera percatado en el lugar del extraordinario milagro que sucedía. Pero en lugar de morir y de convertirse en pájaro empezó a dejarse ser sin darse cuenta el aire mismo de la tarde y poco a poco se fue disolviendo en fotones de colores, o al menos eso sentía él y eso veía.

Hacía rato ya que su amigo lo pintaba sobre el lienzo, con aspecto meditabundo, la cabeza ligeramente volteada hacia atrás y las manos sobre el estómago. Él no se daba cuenta de nada de todo eso. No se dio cuenta de la llegada de su amigo, de como éste, sin decir palabra preparó el caballete y todos los utensilios y prácticamente sin cambiar la situación de la escena comenzó a trazar manchas sobre la superficie de un blanco inmemorial.

Lo que empezó a suceder entonces entre los dos, desde la misma pintura, era algo de la naturaleza de la percepción extrasensorial o de esas conexiones que se dan siempre entre las personas que por algún motivo sienten que se conocían desde siempre. En cualquier caso, ocurren este tipo de cosas en nuestras relaciones sin darnos cuenta. Pero en esta situación incluso iba más allá.

Su amigo, mientras pintaba, le contaba a él sus sentimientos con respecto a Ana, la chica que le había dejado hacía poco. Hablaba con tranquilidad, pausadamente y en amplios espacios de silencio, como si hablara para sí mismo. De hecho, había creado un ritmo casi imperceptible entre su habla y la periodicidad de sus pinceladas, como si ambas acciones estuvieran íntimamente relacionadas o incluso fueran un mismo discurso. El pintor iba hablando de sus recuerdos con aquella mujer con un matiz de un cierto dolor, como el rojo que iba esparciendo muy suavemente por todo el espacio de la tela. Pero un dolor rojo que hacía sentir una cierta calidez, una cierta calma y una cierta dulzura. Así es como le salía la luz de la tarde. También había algo de cristal, de translúcido y transparente, de intocable y sin espacio que se iba posando.

Aquella tarde se fue extendiendo en varias de ellas. El pintor se llevó a él a su casa y así vivieron, cada uno en su trance mientras durara el lienzo. Ambos seres, inconscientemente sabían que algo definitivo ocurriría al concluir la pintura... pero ¿qué? ¿cuándo ocurría? No pensaban en absoluto en ello. Ambos estaba inmersos en un no tiempo, cada uno en el suyo, para él el presente del instante sin memoria y para su amigo el presente del instante inmerso en un recuerdo, en una pérdida. Uno tendía a un sentimiento de libertad absoluto que conducía a la disgregación total y el otro al refuerzo de unas circunstancias, al deseo de eternidad de un momento fijado para siempre, de la fidelidad estática de un instante dado en el algún momento.

...


Una tarde, mientras pintaba, su amigo empezó a hablarle así:

"Ana no entendía la fijación de un instante..., le gustaba en cierto modo, pero no lo compartía. Yo le hablaba a veces del hecho de que puedes quedarte mirando algo durante muchísimo tiempo y siempre ver algo nuevo, que el objeto podía ser el mismo pero que se trataba de cambiar la mirada, la forma de mirarlo. Creo que yo la quería de ese modo, nunca me cansé de ella ¿es por eso que ella se cansó de mi? Creo que se cansó de mi silencio, de mi profundidad, del estatismo de mis cuadros... no lo sé... no sé que iba buscando ella... Todo acaba algún día, todo cambia... empiezas otro cuadro... nada se queda de alguna manera... todo pasa. Recuerdo que un día... después de hacer el amor le dije que me gustaría que muriésemos los dos en un instante de felicidad y quedarnos para siempre en él... no debió de entenderlo o no le gustó... porque me dio la espalda y se vistió enseguida. No volvimos a hablar de ello hasta un tiempo después. Ana tenía una gran capacidad de inmersión en el instante, de sueño, pero le vencía la sed de experiencias nuevas, de sensaciones nuevas. Quizá por eso me dejó... no le bastaba la fijación del instante."

Mientras decía esto las pinceladas parecían casi dadas al aire. El cuadro daba la sensación de quedarse intacto no obstante de seguir recibiendo capas de colores y texturas nuevas. Él parecía haber recobrado una vida en los ojos que se le hubiera escapado hasta entonces. Su amigo se detuvo y se quedó mirando al lienzo. Había una luz que era un ser, pero apenas había un lugar, pues la luz de ese lugar se mezclaba con la del ser y no se podía saber cuales eran los límites de ambos. Él se giró y miró a su amigo de una forma como hacía días que no lo miraba, reconociéndolo. Se acercó al lienzo y se puso a contemplarlo también junto a él.

Él le dijo:

"Has pintado mi memoria Carlos, y también tu recuerdo de Ana. Me siento frágil y fuerte a la vez ahora mismo, como un baso de cristal. Mientras pintabas y me hablabas iba recordando yo también mis amores y mis vivencias. He sufrido mucho con cada pincelada tuya. Al principio todo eran pájaros en mi cabeza pero tú fuiste poniendo recuerdos que pesaban como lozas. He tenido que convertir las lozas en pájaros, como tú has ido poniendo el rojo por todo hasta lograr pintar el aire invisible. Ahora no tengo miedo y sin embargo estoy temblando. He querido olvidarlo todo para evitar que el peso me arrastrara consigo pero por eso mismo he perseguido la ingravidez ciegamente y casi me pierdo en el universo al conseguirlo. Tu has vuelto a fijar mi ancla y a la vez has soltado un cierto peso de Ana. Todo empieza de nuevo, amigo mío"


Fin



1 Comments:

Blogger Toni said...

pronto continuará...

:)

2:39 a. m.  

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