Escritura automática
Anuncios de mares inciertos en la entraña soledad de la opulenta tristeza. Cabezas llamenantes que giran sobre el susto de la rotundidad. He oido hablar de las caricias como algo de dentro hacia fuera, como si el mundo se partiera en las partes de tu risa, tan cerca que me hacía caminar escuchando tu latido, armado de ronquidos extenuados, alcanzados álbumes de recuerdos institutivos.
Te tengo en la garganta de los rascacielos de tortura, añejos blindajes de láminas de escarcha. Descubro de tu papel en la la rosa de piel de ojo, tan entumecida sombra de tus ademanes inadvertidos. Ciego en la noche de tu hambre, de tus piernas abiertas de salubridad, arcos de nómadas suspiros y de lastres de fuego al amanecer.
Oí que te decías un lamento de vivires desconocidos, como si llamaran otros desde tu boca abierta. Asoma la cercenada losa de los años que montan un festín de locura infinitesimal.
A lo mejor encuentras los cascabeles en la nube de la oreja de tus años, colgados de los hilos de la incertidumbre. Escarbo en tu niña de otros mundos y mis uñas se llenan de latidos de rinoceronte. Acabas de impedir que se sepulten las ciénagas del armanrio de arriba... y dejas de decir que el amor se puede descubrir desde los más extraños ángulos de tus mentiras. De tu boca vuelan las audaces heroinas de los cuentos de soñar para adelante.
Un sepulturero viene del cajón que guarda nuestros olvidos, tan desconcertante mundo de lugares imposibles.
Si el fuego fuera el agua de mi boca, los lugares saldrían de mi como torrentes del piel.
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