Imagogima

Un lugar donde posar tus ojos y tus dedos, dejando lo que traigan consigo, y llevándose el resto.

15 octubre 2006

Escritura automática

La sal de sus lavios decía encontrarme tendido en su muerte, cerca del laberinto de su pasión. Encarnizada llama de la lujuria más cándida, ¡acércate o Dios de los indiseables! Bella lubina de cercenados pechos, azucena de noche y límpia sed del que estalla en tu vietre. En aquel día todos íbamos al campamento tal y como nos había dejado a la salida del colegio, y los seres que caminanaban entre la hierba se decían unos a otros cuan hermosas eran las piedras de la encarnación. Y un niño nació de las manos de una joven perla que brillaba en lo alto de la oscuridad pétrea. A lo mejor se trataba de tu amor, dulce maravilla de las ciencias de lo indebido, arranque de tierra que destroza ojos de caracol y de serpentinas. ¡Dichosos quienes comen del anzuelo de tu dolor, cálido amor de las entrañas de la ternura! Érase una vez una dulce mujer hecha de pan y de aurora, tan desdichadamente aire que solía tragar bocanadas de legrumbres secas, junto al ser vidrioso de la órden de los azulejos, tan extrañas alternativas de la fecundidad más incierta. Se descubrieron en una ocasión todos los males de la plenitud, tan intensos como un sol caliente y un cohete que estalla en la mañana.
Anuncios de mares inciertos en la entraña soledad de la opulenta tristeza. Cabezas llamenantes que giran sobre el susto de la rotundidad. He oido hablar de las caricias como algo de dentro hacia fuera, como si el mundo se partiera en las partes de tu risa, tan cerca que me hacía caminar escuchando tu latido, armado de ronquidos extenuados, alcanzados álbumes de recuerdos institutivos.
Te tengo en la garganta de los rascacielos de tortura, añejos blindajes de láminas de escarcha. Descubro de tu papel en la la rosa de piel de ojo, tan entumecida sombra de tus ademanes inadvertidos. Ciego en la noche de tu hambre, de tus piernas abiertas de salubridad, arcos de nómadas suspiros y de lastres de fuego al amanecer.
Oí que te decías un lamento de vivires desconocidos, como si llamaran otros desde tu boca abierta. Asoma la cercenada losa de los años que montan un festín de locura infinitesimal.
A lo mejor encuentras los cascabeles en la nube de la oreja de tus años, colgados de los hilos de la incertidumbre. Escarbo en tu niña de otros mundos y mis uñas se llenan de latidos de rinoceronte. Acabas de impedir que se sepulten las ciénagas del armanrio de arriba... y dejas de decir que el amor se puede descubrir desde los más extraños ángulos de tus mentiras. De tu boca vuelan las audaces heroinas de los cuentos de soñar para adelante.
Un sepulturero viene del cajón que guarda nuestros olvidos, tan desconcertante mundo de lugares imposibles.
Si el fuego fuera el agua de mi boca, los lugares saldrían de mi como torrentes del piel.