Imagogima

Un lugar donde posar tus ojos y tus dedos, dejando lo que traigan consigo, y llevándose el resto.

26 octubre 2006

LA VOZ DEL BOSQUE

La tarde era una tarde gris y nublada, de nubes altas y grisáceas que no hacía temer tormenta. Su tamizada luz fría y como adormilada se posaba en todas partes transmitiendo una sensación de estatismo y quietud, algo así como el mármol de una vieja tumba olvidada que ya nadie visita, algo así como la noche de los tiempos o el vacio del universo, un espacio sin historia, sin tiempo, sin importancia, sin sentido... como todo aquello olvidado. Era una tarde olvidada por el mundo.

Dani caminaba por un bosquecillo de pinos jóvenes que había no lejos de la carretera, sumergiéndose poco a poco en esa luz dormida que en su interior vivo, humano reflejaba curiosas emociones lejanas y perdidas, habituales en él. Se diría que la tarde y él eran la misma cosa y esa situación le hacía sentir en compañía. En realidad se abrazaba así mismo que era como si la tarde le abrazara. En muchas ocasiones, Dani había ido al encuentro de la naturaleza cuando se sentía de aquel modo y los sonidos siempre le habían salvado de su soledad y puesto un poco de esperanza en su pecho.

Aquella tarde Dani sentía algo así como desvanecerse en la inexistencia. Era una tristeza grande como un oceáno romoroso que golpeaba una y otra vez la costa de forma mecánica, sin sentido. Era una tristeza como el pensamiento de que no existía nadie, nunguna persona sobre la faz de la tierra para escuchar ese océano y sin embargo, el océano, indiferente e insistinte siguía arremetiendo contra la playa una y otra vez con su sonido que nadie oía. Toda la belleza que Dani sentía llevar consigo era como esas olas que nadie escuchaba porque no había nadie para escuharlas.

Podía dejar la mirada perdida durante horas, mirando hacia dentro o también, cambiando aquello que veía en ese momento. En el naufragio de su pensamiento imaginaba que los pájaros lo observaban y sentían compasión por él, que cuchicheaban entre ellos sobre su estado y que se mostraban curiosos. El viento y las nubes también parecían estar ahí por él y para él, pasar justo en ese momento para echarle un vistazo, provenientes de remotísimos lugares del mundo. Los sonidos de los crujidos de las ramas y el viento cortado en las puas podían parecerle una nana, una voz maternal, una compañía íntima. Era su propio eco.

Nadie podría saber ni decir donde estaba. Cada vez se alejaba más, cada vez era más la tarde y la luz de aquella tarde, cada vez era más olvido y cosa, viento y árbol, silencio y eternidad. Cada vez era más aquello que todos llevamos dentro, la muerte que vigila la vida, esa paz demasiado extrema e incomprensible para un ser vivo. Imaginaba todos los seres del mundo como imposibles de comprender y de alcanzar. Recordaba su vida entre la gente y casi le parecía que era otro ser el que había estado allí y no él, tan incapaz de aquel trato humano, vivo. Y con todo esto sus olas seguían llegando.