Imagogima

Un lugar donde posar tus ojos y tus dedos, dejando lo que traigan consigo, y llevándose el resto.

26 junio 2010

M

Ayer volví a ver en su formato original, M de Fritz Lang, en los cines UGC de Valencia, dentro de la programación del festival de cine Cinema Jove.

La película es una producción alemana de 1931, la primera película hablada de su director y la última rodada en alemania.
Sin embargo uno la ve y casi todo el tiempo tiene la sensación de estar viendo una película contemporánea, o lo que es lo mismo, esa sensación le hace pensar a uno que está viendo algo intemporal.

¿Por qué esa tremenda modernidad de una película de hace casi 70 años?

Por dos motivos fundamentales. La constante utilización del sonido no sincrónico, de manera que imagen y banda sonora expresan cosas distintas y por tanto se enriquecen mutuamente, técnica que aún hoy en día apenas se utiliza.
Y el otro motivo es la profundidad y riqueza en el tratamiento del tema principal de la película: la justicia y la responsabilidad.
La película es el retrato complejo de como una sociedad proyecta en un individuo a quien llama criminal y monstruo, sus propios crímenes, queriendo utilizar a éste como chivo expiatorio y como vehículo para ejercer ella misma una justicia que viola conscientemente. La persona acusada en cambio no es dueña de sus actos y sufre las consecuencias de éstos más el acoso de los demás.

Uno se acuerda con frecuencia de aquel "no juzguéis y no seréis juzgados" El monstruo es finalmente un espejo donde se puede ver la sociedad.

M es una película rodada en los comienzos del moviviento nacionalsocialista en Alemania, por lo que su tema y su tratamiento hacen sin duda referencia a una situación social convulsa, donde se buscan culpables a las graves situaciones sociales pero de un modo totalitario y ciego, bajo un estado casi policial.

La modernidad de la película radica en esa conciencia de que la sociedad, ciega ante las causas de su crisis es capaz de cometer actos de injusticia y de coartar los y las libertades de los individuos que la forman.

Hoy en día podemos reflexinar sobre este hecho y recordar la frase de Benjamin Franklin:

"Quienes son capaces de renunciar a la libertad esencial a cambio de una pequeña seguridad transitoria, no son merecedores ni de la libertad ni de la seguridad"

07 junio 2010

Cuento de la luz de miel

Hubo una vez, hace muchos años, en un pequeño pueblo de la India que estaba cerca del mar, una feria de artesanía en donde se podían encontrar las mas encantadoras maravillas del ingenio y de la creación humanas. Había todo tipo de cosas imaginables, todas ellas hechas a mano y con materiales igualmente variados, desde los mas preciosos y raros hasta los mas comunes, pero siempre trabajados con suma imaginación y detalle.

De entre todos les tenderetes que se exhibían en la plaza, llamaba la atención un puesto de artesanía del vidrio en el se podían ver sobre todo llamativas lámparas realizadas con suma imaginación y fantasía, así como con un rara capacidad de fascinación. Muestra de ello era el constante gentío que siempre había alrededor de aquel puesto. La gente se quedaba mirando como atontada aquellas luces que salían tras los cristales de colores, de formas inimaginables y curiosas conjunciones... y pocos eran los que lograban salir de su asombro y se atrevían a comprar algo. Y si no se atrevían a comprar era porque la persona que regenteaba aquella tienda resultaba todavía más asombrosa que las propias lámparas que vendía. Se trataba de una joven de cabellos claros y ojos azules, muy rara por aquello lugares, que llevaba una preciosa túnica azul con un cinturon durado. La gente no sabía con certeza si era efecto de las luces repartidas por toda el tenderete, pero lo cierto es que algunos juraban que habían visto iluminarse el rostro de la joven mientras estuvieron frente al puesto, con una luz que parecía provenir de dentro de ella, y no de las lámparas de alrededor. Otros más escépticos decían que simplemente se trataba de reflejos de luz en la noche, pero pese a ello reconocían que la joven artesana era sumamente hermosa y enigmática. En resumen, pronto aquellas impresiones dieron paso a rumores e historias de todo tipo, incluso fantasías desbocadas en las que la joven se presentaba como una divinidad reencarnada o una hechicera con poderes mágicos. Una de las historias que mas éxito tuvieron y que se contaba ya en muchos lugares, era que la muchacha tenía el don de ver el interior de las almas de los hombres y para ello se servía de las lámparas que ella misma fabricaba. Si alguien llegaba a su puesto, muchas veces llevado por la curiosidad que los rumores habían provocado, ella esperaba a que la persona eligiera la lámpara que le gustaba y tras elegirla la colocaba un momento delante de él o de ella y la miraba a su través antes de dársela. Si sonreía era que la persona era buena, si no, era mala. La gente opinaba que esto era cierto, pues nunca se equivocaba y nadie le contradecía ni le decía nada, tal era el influjo mágico que producía en sus compradores.

En una ocasión, llegó a oidas de un joven escritor las leyendas e historias que se contaban de aquella misteriosa artesana. El muchacho era un aspirante al arte de la escritura, y había entregado toda su juventud a la búsqueda de la expresión de la belleza auténtica. Como consecuencia de ello había llevado una vida bastante solitaria y la gente de su entorno opinaba de él que era un tanto excéntrico y muy egoísta, pues nunca reconocía el valor de las cosas, únicamente de aquellas obras ya consagradas por los maestros del pasado. En ellas sí veía él la encarnación de la belleza suprema y se entregaba con ardor desmedido a ellas. Pero el muchacho, pese a la pasión que sentía por esas obras no lograba expresar en sus propias creaciones aquello que anhelaba su espíritu. Se torturaba así mismo con que no era verdaderamente un artista y que, aunque era capaz de apreciar el arte verdadero encarnado en aquellas obras, no podía en cambio crearlo por si mismo. Otras veces en cambio, cuando su espíritu se volvía mas liviano simplemente disfrutaba escribiendo y creando historias, sin pensar si eran buenas o malas, sin pretender que fueran verdaderamente artísticas o no. Sencillamente gustaba de favular y fantasear y así sentía regocijo.

Cuando el joven oyó hablar de la misteriosa artesana al principio no hizo mucho caso, pensando que todo aquello no eran mas que habladurías y chismes de la gente, a quienes gustaban mucho las historias fantásticas, que inventaban de puro aburrimiento. No obstante así, de vez en cuando le venía al pensamiento la idea de ir él mismo a comprobar si todo aquello era cierto o no. A fin de cuentas, quizá podría escribir con lo que viera, un relato de como los rumores acaban creando historias imposibles que la misma gente termina por creer. Esta idea pronto empezó a germinar en su imaginación y ya estaba decidido a que un día iría a conocer a la famosa artesana.

No obstate así, pese a la decisión, en su interior seguía pensando que aquella historia era una tontería y se sentía molesto consigo mismo por prestarle atención. Se decía así mismo que aquella supuesta capacidad adivinatoria de la artesana, propia de un oráculo, era solo un mito, un deseo de la gente que estaba ansiosa por juzgar a los demas, por decir si eran buenos o malos para poder comportarse con ellos en consecuencia o conforme les interesara, no teniendo así que sentir remordimientos. "¡Nadie es completamente bueno ni completamente malo!" se decía el muchacho en su orgullo herido por el interés que en verdad él mismo sentía por aquella historia. Y es que en verdad, en su interior sentía un terrible miedo hacia la aceptación o el desprecio de los demas y temía encontrarse frente a la artesana y que esta revelara lo que quizá el sospechaba, que en realidad era malo y no bueno como él deseaba con toda la pureza de su corazón.

Finalmente, una mañana tibia partió temprano con una pequeña alforja, papel, pluma y tinta suficiente para atrapar todo lo que pudiera sucederle en su viaje.

Por el camino sintió una alegría extraña que hacía tiempo no le visitaba. Sintió una libertad que le llenó de dicha y felicidad y por un momento, le dió igual todo lo que pudiera sucederle, simplemente se sentía dichoso de vivir, de caminar por aquel camino polvoriento y desierto, de estar sintiendo el sol, el aire, los pájaros... todo ello llenó su espíritu y por un tiempo desaparecieron de él el miedo y la inseguridad.

Pocos días después llegó al pueblo llamado Igpú, cerca del mar, donde celebraban aquella maravillosa feria de artesanía. La feria empezaba al anochecer, cuando ya no hacía tanto calor. El joven buscó una pequeña habitación donde alojarse y con el ánimo indescifrable, entre confiado y temereso se dirigió a la plaza donde estaban los puestos de artesanía.

Cuando llegó allí enseguida reconoció el puesto de la misteriosa artesana, pues estaba repleto de curiosos que casi no permitían ver lo que allí se vendía. De sus cabezas brotaban las luces de colores de las lámparas ocultas tras la multitud. Al fondo creía él distinguir el rostro y la silueta de la misteriosa joven.

Decidido, se fue abriendo paso entre la gente hasta llegar frente al tenderete de lámparas. Cuando estuvo allí ni siquera miró las maravillas que en él se exponían, los cristales de colores, algunos muy suaves y sutiles, la sabia mezcla de opacos y traslúcidos, o bien ahumados, las texturas, las formas y la unión de las diferentes piezas, las representaciones de animales y personas... no vió nada de todo eso, su mirada se dirigió inmediatamente hacia la artesana, buscando en su rostro la respuesta a tantas preguntas que llevaba consigo. Se diría que el joven había depositado en ella la esperanza de saber si era bueno o malo, si era capaz de crear o no la belleza que anhelaba, si su miedo a la aceptación o el rechazo de los demás tenía algún sentido o no... en fin, todas sus cuitas espirituales fueron a parar a la mirada de la joven que se encontraba frente a él con una expresión sencilla y sonriente en su rostro claro, tal que si fuera una niña que pasea cogida de la mano de su amoroso padre y nada mas desea en este mundo ni en nada mas piensa.

El joven al principio siguió con su mirada llena de duda, mezcla de exigencia y de miedo pero pronto cambió ésta por una mirada de asombro que no pudo reprimir. La belleza de la muchacha causó en él un efecto tal que por un momento olvidó de nuevo todos sus pesares para gozar únicamente con la presencia de ella. La joven lo notó enseguida y sonrió levemente mirándolo a él con candor. Entonces hizo un gesto con la mano y señaló al tenderete de lámparas. El joven volvió en si y reaccionó, posando su mirada sobre aquellas aquellas artesanías de cristal de las que no se había percatado antes. Quedó fascinado con su belleza y de entre todas ellas hubo una que robó por completo su alma. Cuando la vió en su torpe deambular por aquel mar de reflejos y destellos abrió los ojos y la boca de par en par y sin darse cuenta señaló hacia ella. Se trataba de un portavelas que representaba con cristales dorados y amarillentos tallados en forma de hexágono, unas cuantas celdillas de un panal de abejas. De su interior salía una luz dorada como la miel que encandiló por completo al muchacho y volvió de nuevo a olvidar donde estaba. La joven artesana, viendo que el muchacho ya había elegido su pieza cogió el portavelas y lo levantó de modo que lo sustuvo frente a él. Entonces lo miró a su través y sonrió. El joven, en su aturdimiento no recordaba el significado de todo aquello. La gente que se agolpaba a su alredor comenzaron a murmurar entre ello y se escucharon algunas exclamanciones entre el gentio. El joven seguía sin entender. Entonces la joven artesana, que seguía mirándolo a través del cristal de miel, de pronto mudó su risa en una expresión de indiferencia. El murmullo de la gente fue aún más sonoro que el anterior pero el joven seguió sin volver en su acuerdo y sin enterarse de nada. Por fin pareció despertar de su sueño y tomó el portavelas que la joven le tendía. Lo pagó y volvió a mirar a la muchacha. En ese momento, el joven vió que el rostro de ella se iluminaba desde dentro, como si tras sus ojos azules es escondiera efectivamente una vela, tal que si la propia muchacha fuera tambien una lámpara. Pero la gente pronto lo desplazó y de nuevo se encontró en mitad del mercado, viendo el puesto a lo lejos, con su portavelas recién comprado entre los brazos.

Se marchó directo a la habitación en la que se hospedaba aquella noche.

Estaba sumamente inquieto. Lo recordaba todo con mucho detalle, como si lo pudiera ver todavía delante de sus ojos y ademas, recordaba perfectamente lo que le había sucedido, incluso en los momentos en los que parecía haber estado inmerso en un sueño.

Rápidamente preparó el papel y la pluma, encendió el portavelas que tanto le había fascinado y se puso a escribir todo lo que sentía en ese momento. Pero antes se quedó un instante mirando aquella luz de miel que seguía hipnotizando su mirada. Se puso a escribir y parecía poseido por algún tipo de influjo desconocido. La llama ardía intermitente a su lado y el papel tomaba diversos tonos de dorado y amarillento.

Por la ventana asomaba la luna llena y en la noche se escuchaban los grillos y el leve rumor de las olas. Al cabo de no se sabe cuanto tiempo, poco antes de amanecer el joven escritor se echó en la cama exhausto y se quedó dormido casi en el acto.

Tuvo un sueño muy real. El portavelas estuvo iluminandolo todo el tiempo mientras él soñaba. En el sueño conocía a la joven artesana del puesto de lámparas, se llamaba Ali Maravi y era de algún lugar lejano más allá de lo que él conocía. La joven lo amaba y él a ella, pero le disgustaba que el muchacho se tortura tanto con sus exigencias como escritor. Cada vez sentía que él estaba más lejos de ella. Ya no miraba las lámparas que ella hacía con tanto amor, solo se preocupaba de una idea de belleza que él tenía en la cabeza y que rechazaba todo lo demás. Hasta que un día Maravi se fue sin decirle nada, cansada de soportar ese desprecio.

En ese punto el joven se despertó de golpe, igual a como se había dormido. Aquello más que un sueño le había parecido un viaje revelador, mucho más que el que ya había hecho y del que había esperado tantas respuestas. Sintió primero un gran dolor al comprender todo lo que el sueño le había dicho. Entonces miró la luz del portavelas y sintió que ese dolor se achicaba un poco. La luz de miel empezaba a mezclarse con la del amanecer y se escuchaban los primeros pájaros de la mañana. Deseaba volver a ver a la muchacha que había echo aquella luz tan hermosa, se había enamorado de ella, pero el sueño le hacía sentir que no era digno de su amor. ¿Había sido por eso que ella finalmente no sonrió al mirarlo a través del portavelas?... ¡pero en cambio antes sí que había sonreido! El joven se sentía de nuevo angustiado, como con sus viejas dudas, confuso. Miró intensamente la luz de miel que caía sobre sus ojos tratando de sentir algo con claridad. Deseaba volverla a ver pero no se atrevía o no podía porque se sentía derrotado. Vió que se había equivocado al juzgar la belleza, vió que no era capaz de apreciarla en realidad como el sueño le había mostrado.

Se quedó así, angustiado, durante un tiempo.

En el camino de vuelta poco a poco se fué librando de su pesar y de nuevo sintió la alegría de estar vivo, de no importar si era buen escritor o no, de no importar lo que los demas pudieran decir o pensar de él ni lo que él pudiera opinar de los demas. Sen sentía libre. y capaz de gozar de la vida. En su felicidad recordó el rostro de la joven mirándolo cuando él se hubo enamorado de ella y durante un rato esta imagen le hizo compañía.

06 junio 2010

Cuento del marinero

Había una vez un marinero solitario quien llevaba mucho tiempo navegando solo por el mar.

El marinero, por lo general era feliz estando solo y casi todos los días disfrutaba contemplando el inmenso océano e imaginando las mil aventuras que pudieran aguardarle en su viaje.

Sin embargo había veces en que esa misma soledad le hacía sentir triste y entonces deseaba poder compartir su felicidad y sus fantasías con alguien.

Un día, despúes de mucho tiempo navegando por fin divisó una pequeña isla en el horizonte.

¡El marinero se alegró tanto que se puso a cantar y a saltar de felicidad sobre la quilla!

Con impaciencia e ímpetu se dirigió a tierra firme. ¡En su pensamiento solo había una idea, que la isla estuviera habitada!

Cuando puso los pies en la playa una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro curtido por el sol. Miró alrededor pero no vió a nadie. La playa era muy hermosa, con palmeras de un verde intenso, arena dorada y fina y un agua cristalina verdiazulada que hacía pensar en la Turquesa.

El marinero aguzó su oido, pero no pudo escuchar lo que tanto deseaba; un voz humana.

Recorrió la playa y no vió a nadie. Subió a una colina, pero tampoco desde allí pudo divisar a ningún ser humano. Ya se daba por vencido, como tantas otras veces le había sucedido, cuando de pronto creyó ver a un animalito pequeño corriendo en dirección a él. Pensó que sería un herizo. Pero conforme el animalito se le iba acercando atravesando la playa, pudo ver que no era un herizo, sino que en verdad se trataba de una niña.

Era una niña de cabellos claros y ojos azules, que parecía haber sido hecha con la misma belleza que la playa donde se encontraba.

¡El marinero no cabía en si de gozo! La niña se le quedó mirando sonriendo junto a él y él hizo lo mismo. Entonces acarició su cabello suavemente con su mano y le preguntó cómo se llamaba.

Pero ella no decía nada y le miraba igual. El hombre le preguntó por sus padres pero la niña seguía sin decir ni mut. El marinero finalmente dijo sonriendo:

"¡Que mas da, ya somos amigos, te llamaré Azul, seras la niña Azul, por esos ojos que parecen robados al mar!" Y enseguida se dispuso a descargar sus cosas del barco.

Y así fue como el marinero y la niña de la isla se hicieron amigos.

Al poco tiempo el marinero se dió cuenta de que Azul no podía hablar porque era sordomuda. No obstante así la niña era súmamente inteligente y había creado todo un lenguaje para comunicarse a traves de su cuerpo y las cosas de su alrededor. Así pues la niña era capaz de comunicarse con toda la isla. Al principio el marinero le costaba enteder a Azul, pero al cabo pudo aprender algunas cosas.

Todos los días salían a pasear por la isla y Azul lo llevaba a sitios preciosos. El marinero le ayudaba a pescar y a coger frutos de los árboles. Él siempre le hablaba aunque la niña no pudiera entenderle y de esta forma saciaba la necesidad que tenía de comunicarse. Tanto era así que muchas veces el hombre se quedaba mirándola cuando le decía algo, y estaba seguro de que le entendía. Por las noches le contaba historias y cuentos de marinos y Azul se quedaba dormida en su regazo. El marinero en esos momento era tan feliz que lloraba de felicidad y de agradecimiento sin que la niña se diera cuenta. Sentía el cuerpecito de ella respirar, veía la boquita entreabierta y le era tan grata esa sensación de cariño y protección que por nada del mundo se hubiera marchado nunca de aquella isla.

Pero sucedió que, conforme pasaban los días el marinero seguía sintiendo esa tristeza de no poder hablar con alguien, de escuchar una voz, un pensamiento... Azul, como era natural, se dió cuenta de que algo sucedía y constantemente hacía gestos e indicaciones que el marinero no podía comprender. La niña trataba de expresar su tristeza a la par que quería demostrar al marinero cuan rico era su lenguaje, tanto como el de él. Pero el marinero se fatigaba cada vez mas en tratar de entender a Azul ya que seguía sintiendo el anhelo de un voz.

Un noche, junto a la luz de una fogata al lado de la choza donde vivían, Azul se enfadó porque el marinero llevaba varios días empeñado en que ella le leyera los labios. La niña no es que no quisiera apredender, pero el hombre era tan pesado que llegaba a fatigarla con sus insistencias. Además, ella tenía ya un lenguaje y no necesitaba de aquello para ser feliz. Si al menos el marinero hubiera sido mas paciente y bueno, los dos hubieran aprendido el uno del otro. Esa noche Azul no durmió en los brazos del marinero y él echó de menos no poder contarle cuentos y el cariño de su cuerpecito.

Al día siguiente Azul seguía enfadada y el marinero no entendía lo que ella le decía. Así estuvieron varios días hasta que le marinero decidió marcharse.

Una mañana temprano, mientras Azul dormía, el marinero cogió sus cosas y se dirigió a su barco, atracado en la playa.

Mientras se alejaba vió que Azul le miraba desde la playa. La carita de la niña se dibujó en su mente con sus ojos turquesa, su piel de arena y su pelo de luz. El marinero sintió un hondo pesar y una tristeza que no le debaja remar siquiera. Poco a poco la playa se desvaneció en el horizonte y el marinero volvió a quedarse solo.

Pasaron varios días y a su alrededor lo único que había era mar. El marinero, de caracter alegre aunque solitario, ya no podía disfrutar como antes de la contemplación del océano y de sus fantasías de aventura. Algo le había sucedido. Desde que se fue de la isla de Azul ya no encontraba la antigua paz que habitaba su espíritu ¿Qué le había sucedido? No acertaba bien a explicarselo.

Un día sintió tal tristeza que se pasó llorando no se sabe cuanto tiempo. "¿Qué me pasa?" se decía constantemente, pero no podía calmar su llanto. Por fin parecieron agotársele las lágrimas. Fue entonces que entendió que su deseo de hablar con alguien había sido precisamente lo que había hecho que su relación con Azul acabara mal. Por desear comunicarse había perdido la oportunidad de comunicarse precisamente. El marinero pensó que su deseo se había debido al excesivo tiempo que había pasado solo y que por ello no se dió cuenta de lo que Azul trabataba de decirle.

Al darse cuanta de todo esto, inmediatamente cambió el rumbo del barco y puso marcha hacia la isla de Azul. De camino hacia allí no hacía mas que pensar en ella. Le fue confeccionando regalos con todo lo que tenía en el barco. Collares con plumas de gaviotas, pulseras hechas con conchas marinas y perlas, un sombrerito construido con la enorme concha de una sepia... en fin, con todo lo que encontró a su alcanze le elaboró un adorno para embellecer aún mas su figura.

El marinero fantaseaba con contarle a Azul todo lo que había pensado. Se decía así mismo que sería mas bueno con ella que nunca, que la haría la niña mas feliz del océano, que nunca se separaría de ella. El hombre estaba tan alegre imaginando de nuevo que ni si quiera pensó cómo iba a decirle todo eso a un niña que no podía entender su lenguaje.

Por fin divisó la isla y en un santiamen del que ni se dió cuenta, estuvo en tierra.

Al principió llamó gritando a Azul, pero enseguida se echó a reir dándose un golpe en la frente "¡Pero si no me puede oir!" se dijo. Y salió corriendo a buscarla.

Recorrió toda la isla pero no encontró a la niña. Tampoco estaba en la choza. Decidió esperarla.

Así pasaron tres días y tres noches en las que el marinero estuvo solo, como en su barco.

Al tercer día, triste como antes de regresar a la isla, se dirigió a la playa y se marchó.

De nuevo en su barco el marinero empezó poco a poco a recuperar su antigua alegría. Y esta vez, en sus fantasías aparecía muchas veces Azul. La quería tanto, la adoraba tanto, tanto cariño sentía por la niña que empezó a hablar con su barco como ella hablaba con su isla, con su mismo lenguaje y ya no volvió a sentir el anhelo de la palabra.














Dos haikus a dos voces

Tarde de lluvia
nos salpican al pasar
mientras te beso



Café Rialto
los jueves por la tarde
risas sin parar

02 junio 2010

Olvidar, soñar, recordar...

Olvidé

el amanecer de tu boca

naciendo

en el atardecer de la mía.


Recordé

tus ojos

de viento tibio

acariciar

mi traje de tristeza.


Como en un pozo

cayó

tu luz

al asomarte

en mi,

y en la quietud

se posó

tu rostro

sobre un lienzo

de frescura.


Soñé...

tus pies

sedientos

de caminos...

y tu cintura

como campos

infinitos

que abrazan

la mirada.


Soñé viajes

por tu cuello

y acampadas

en tus manos


Soñé

el calor

de tu piel

que fundía

mis dedos

y el aliento

de tu boca

como

un dulce tallo

que brotaba

hasta mi garganta.


Soñé

la fuente

de tus mejillas

como

mariposas de azucar

que besaban

mi nariz.


Soñé

tus labios

como

timbres

a las puertas

del cielo

y llamé

y llamé

sin querer

entrar.